8 de febrero de 2012

Que conste que sé sumar


No estoy segura de si es por mi horrible indecisión o por el miedo a decepcionar, pero siempre me ha costado mucho tomar decisiones. Aún así, el año pasado lo tuve muy claro al hacer una elección sobre mi futuro académico, a pesar de tener que oír por parte de mi padre frases del estilo:

“¿Qué es lo que hemos hecho mal?”
 “Con lo lejos que podría haber llegado…”
“Pero hija, ¿tú te lo has pensado bien?”

No, no voy a dejar los estudios para prostituirme. Es que escogí Latín en vez de Física y Química como optativa. Me decían que el latín no servía para nada, que era una lengua muerta. Esa razón me encantaba, porque estoy convencidísima de que conocer teorías como la cinemática o la dinámica iba a ser esencial en día a día.
Mi padre hubiera querido que fuera ingeniera y mi madre tenía la ilusión de que estudiara medicina, lo que me lleva a pensar: cuando tenga hijos, ¿también les inclinaré hacia los estudios que me hubiera gustado realizar a mí? 
Pero volviendo a mi repulsión hacia las “ciencias”, soy una chica muy creativa, distraída, imaginativa… en mi cabeza no caben las cosas que solo tienen una solución irrebatible, así que las matemáticas y yo siempre hemos mantenido una relación de “Ni yo te gusto a ti, ni tú me gustas a mí, pero vamos a llevarnos bien mientras esperamos el día en el que nos despidamos definitivamente”. 
Y la medicina, uy la medicina… el fin de semana pasado, jugando al fútbol con mi hermano, me golpeó la nariz con la pelota. Cuando me levanté del suelo, después de hacer alguna broma del tipo “Soy tan guapa que incluso a los balones de fútbol les gusta mi cara” y de asegurar que estaba bien, mi hermano dijo la fatídica frase: “¿Eso que tienes ahí es sangre?”. Mi reacción no se hizo esperar: “¡Oh Dios mío! ¡Llamad a una ambulancia, creo que me he roto la nariz! ¡Bestia, más que bestia, no juego más contigo!”.
Ah, también recuerdo la Nochebuena pasada, en la que mi madre se cortó la mano fregando los platos y vomité al verlo. Una Nochebuena memorable, superó incluso aquella en la que mi tío me dio en todo el ojo al descorchar la botella de champán.
Pero basta de hablar de mi familia. Hablemos de mí. Soy de letras, el mero hecho de que esté escribiendo esto gratuitamente lo demuestra. También lo sé porque me gustan las palabras. Al escribir la frase anterior me he imaginado a un mero un poco quemado convenciendo a mis padres de que me iría bien. Bueno, después de esto no creo que me vaya tan bien. Al fin y al cabo, los de letras somos tontos.

2 comentarios:

  1. En realidad los de ciencias sí que sois tontos, mientras vosotros estudiáis yo no hago nada xD

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Yo ya he hablado demasiado.