5 de junio de 2013

Nocturnos

Todos hemos soñado alguna vez con la noche pelirroja, y quien no lo haya hecho, no merece encontrarla.

Los que más sufrimos por su ausencia somos las criaturas nocturnas, los que para suplir a la noche pelirroja necesitamos vivir todas las noches. Aunque sean noches mediocres, incluso vacías, los de nuestra especie despreciamos a los que no son capaces de entender por qué nos acostamos siempre tarde aunque al día siguiente tengamos que madrugar o a qué se deben nuestras ojeras permanentes. Muchas veces ni siquiera nos molestamos en explicar lo que nos pasa, nos limitamos a decir “He dormido mal” para no confesar que nuestro problema es mucho más grave: estamos enamorados de la noche.

Hay quien lo confunde con el insomnio. Los síntomas son similares: vivimos en una lucha constante contra nuestros párpados, somos adictos al café y a otros estimulantes que poco a poco van destrozando nuestro estómago y nuestro sistema nervioso,  “todo parece la copia de una copia de otra copia”. No, no padecemos insomnio, nuestra enfermedad es mucho más grave: tenemos sueño, pero no queremos dormir. No podemos evitarlo porque estamos en un estado de emergencia, locamente enamorados de alguien que no nos corresponde, tal vez porque ni siquiera lo hemos intentado. La noche pelirroja nos parece algo tan idílico, tan utópico, que nos limitamos a soñar con ella y a ahogar un poco nuestro deseo en noches mediocres, taciturnas. Noches acompañadas de un libro enfocado por una linterna. Noches simplemente mirando la acogedora oscuridad del cielo. Noches garabateando en papeles sucios que luego perderemos. Noches nostálgicas, echando de menos a alguien, intentando imaginar que el cigarro que apoyamos en nuestra boca puede servir como sustituto de sus labios (¡como si existiera algo que pudiera sustituir a sus labios!).

Porque otro de los problemas de nuestras enfermedad es que los nocturnos no podemos tener amantes normales. No entenderían nuestro aire ausente durante el día. Les molestaría que no les dejásemos dormir solo porque nos apetece cantarles una canción o preguntarles todos los detalles sobre su primer beso. Se asustarían cuando se despertaran en mitad de la noche y nos descubrieran observándoles atentos, curiosos, encandilados. Les volvería locos nuestra doble personalidad y los cambios que experimentamos entre nuestro propio yo diurno y el nocturno.
Por desgracia, los nocturnos no abundamos y cuando nos enamoramos, siempre lo hacemos de alguien a quien no podemos tener, porque no nos corresponde o porque hay alguna traba que impide que podamos ver el amanecer juntos. Es entonces nuestras noches pasan de mediocres a tristes, ya sea escribiendo versos a alguien que nunca los leerá y leyendo a Neruda o teniendo conversaciones telefónicas que duran horas y durante las cuales hay momentos en los que no puedes reprimir las lágrimas.

Somos extraños y lo sabemos. Sin embargo no siempre somos fáciles de identificar. Reconocemos que no somos como los demás e intentamos pasar desapercibidos. Por desgracia, tratar con los no-nocturnos no es algo que se nos dé demasiado bien, así que no nos damos cuenta de que con nuestra personalidad introvertida muchas veces solo despertamos la curiosidad de los demás y algunos llegan a darse cuenta de que detrás de esa media sonrisa tímida y esa mirada cautelosa se esconde una persona enferma de amor por algo que ni siquiera tenemos la certeza de que exista.


Amamos la noche y los no-nocturnos no lo entienden. Tal vez, si nosotros les entendiéramos a ellos, nos preocuparía este hecho, pero estamos demasiado ocupados intentando tintar de un leve rojo nuestras noches. Y no nos importa que no nos entiendan, porque la explosión mental que experimentaremos cuando lo consigamos, esa sensación, ninguno de los diurnos la podrá entender nunca.