Puede parecer una comparación absurda y rebuscada, pero la verdad es que encaja a la perfección.
Cuando empiezas a masticar un chicle sientes una explosión de sabor, que dependiendo del chicle puede ser más o menos intensa. Piensas que esa sensación no se va a acabar nunca y masticas, masticas con tanto énfasis que te llega a doler la mandíbula o te muerdes a ti mismo.
Sin embargo, llega un momento en el que el chicle pierde el sabor y no quieres tirarlo. Tal vez porque te entretiene. Tal vez porque guardas la esperanza de que vuelva un atisbo de lo que antaño fue. Tal vez por pena. Tal vez porque no sabes dónde echarlo. Tal vez por miedo a no tener otro chicle. Pero sea como sea, sigues masticando sin ganas.
En ese momento tienes que tomar una decisión. Puedes seguir masticando el chicle sin sabor, haciendo polvo tu mandíbula y mordiéndote. O puedes tirar ese chicle. Una vez lo hagas puedes seguir sin chicle o buscar otro.
Es una decisión difícil, pero si no la tomas tú, la vida la tomará por ti. Y, sabedlo: la vida es una gran hija de puta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Yo ya he hablado demasiado.